sábado, 19 de diciembre de 2009

Avatares de la vida


Lo hicimos con Watchmen y lo volvemos a hacer con Avatar: pulgares hacia arriba con lo nuevo de James Cameron. Seamos realistas: lo más novedoso en Avatar es conseguir una sala de cine llena de gente con gafas de sol. El resto de la revolución formal que prometía este proyecto faraónico, del que llevamos varios años oyendo hablar, se queda en agua de borrajas. Aunque sí que acierta en proponer un espectáculo visual muy entretenido, forjando un nuevo mundo exuberante y primitivo, lleno de colores y vida que se te mete por los ojos y te deja a un paso de la epilesia.

Avatar se nutre de un guión flojucho, remendando clásicos de la confrontación entre mundos como Pocahontas o Bailando con Lobos. Ni siquiera consigue adelantarse a District 9 en espíritu reaccionario y antimilitarista al poner a los humanos como malos del tinglado y caricaturizar en el espacio exterior algunos greatest hits de la administración Bush. Dicha crítica, además, queda deslavazada en el devenir de un discurso eco-hippie algo manido.

Pero Cameron consigue crear El Disfraz perfecto para que nos volvamos a comer con patatas el refrito de turno. Una dimensión visual difícil de olvidar y que, lo más importante, hace que no eches de menos esos 7 euretes que han volado a la entrada.

En una lucha interior sin precedentes, ayer, el niño de doce años que llevo dentro le dijo al crítico amargado que convive con él que no se le ocurriera aguarle las casi tres horas de película que quedaban por delante. La batalla continuará. Hoy todavía ni se hablan. Pero el crítico sigue refunfuñando por los rincones mientras el niño luce una sonrisa victoriosa.

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